De esa noche en que Adán habló de sus recuerdos y tristezas ya habían pasado muchos años, (él se aproximaba a los trescientos años de vida y ella, obviamente, también). Ya casi no trabajaban, sus hijos no estaban cerca, pero todos los vivientes tenían que ver con ellos dos.
¿Cuál sería el final de ambos?
De golpe recordó algo: Adán estaba sentado debajo de los árboles disfrutando del sol tibio de la primavera. Se acercó a él.
Era un día en el que ella se había sentido feliz, casi como si pudiera volar…
Adán levantó la vista y le dijo:
-Hoy pareces más bella que nunca - Vio que traía en sus manos una cajita de madera muy bellamente decorada
-¿Qué es lo que traes allí?
-Mira dentro…
Adán quedó pálido y tembloroso; no podía creer lo que veía: dentro lucía como recién cortada de aquel fatídico árbol una de aquellas manzanas, tan lozana y fresca como si el tiempo no la hubiera tocado.
-Eva- dijo él - ¿tu pudiste extraer una?
Y ella respondió:
-Si. ¿Por qué no? Después de todo, éramos también amos de aquel lugar.
Y, sacando la manzana, se la ofreció:
-Mi amor, ¿qué te parece si comenzamos todo de nuevo?
Miriam Nieddu
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