La flor del granado

Pequeña y frágil, parecías un diminuto farolito, lucías orgullosa entre las hojitas verdes del pequeño árbol.

En los días, en que volvió el frío, el viento y la noche se hizo helada, creí que te vería derrotada, pero tú seguías ahí, pegadita a la rama del granado.

Luego nuevamente temí por ti, pensé que no soportarías, aquel granizo inoportuno de primavera, que te golpeó algunos minutos sin piedad. Corrí para saber cuál había sido tu suerte, y te vi triunfante, estabas allí, “sigue así, sigue valiente que vencerás”, en susurros te dije.

Llegaron luego, días cálidos, tranquilos, de sol. Días de aroma, días en que todo era alegría, las abejas y las mariposas, volaban de aquí para allá posándose en todas las flores del jardín, también a ti te visitaban, para libar de tu néctar, ¡que imaginé el más dulce de todos!

Fue muy pronto cuando observé, que te convertiste en un pequeño botoncito verde, dejando en libertad los pétalos rojos, para que volaran libremente con el viento de la mañana, tiñendo el suelo con suspiros de ilusión.

Volví a hablarte, “hermosa transformación”, ¡te confesé admirada!

Cada día iba expectante hasta tu árbol, para observar esa maravillosa metamorfosis, ahí estabas, creciendo rápidamente, vigorosa y sana.

Luego me preocupó, el viento arrachado que de pronto llegó y que alegría ver, que seguías fuertemente pegadita a la rama que te sostenía.

También esos días pasaron, nuevamente regreso el sol y el calor, fue así, que de pronto te vi convertida en una fruta adulta, de cáscara árida y cada vez más dura, totalmente cerrada, impidiendo que nada ni nadie, invadiera tu mundo interior.

Transcurrieron las semanas, creciste enormemente, la rama que te alimentaba, se dobló por tu peso.

Un día, al acercarme, vi en tu superficie una con profunda grieta, era una enorme herida dolorosa.

Luego comprendí, que te habías abierto al mundo, mostrando esos granos rojos brillantes, unos al lado de los otros, jugosos, tentadores, llenos de color y de vida.

Fue así como lograste tu victoria, don de la divina naturaleza, pronto dejarías libre tu fruto, para que poco a poco se esparcieran por en tierra, para dar lugar a nuevas plantas, a nuevos hijos de tus entrañas de árbol, nuevas vidas de la madre tierra, nuestra querida Pachamama.


Lydia M. Balbuena

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